miércoles, 9 de mayo de 2012

Atlético de Madrid y Radamel Falcao reanudan su romance con la Europa League.

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

La Europa League, plato para la clase media de Europa, nos permite ver la reconversión de actores secundarios en estrellas de cine. Sin la fama o la relevancia futbolística de un Messi o Cristiano Ronaldo, un “Tigre” de la selva cafetalera incendió Bucarest con sus goles. Radamel Falcao, el chico que quería ser beisbolista, anotó dos goles, conquistó su segunda Europa League consecutiva (la primera fue con el Porto), y despertó la codicia de billeteras europeas. Diego contribuyó con una anotación más, y el Atlético de Madrid derrumbó la ilusión de una identidad y un símbolo regional, Athletic de Bilbao. El equipo de la capital española ganó por segunda vez en tres años este trofeo, y los Valderrama, Rincón y Asprilla tienen un nuevo compañero en la elite del balompié colombiano.

En duelo de argentinos en la dirección técnica, el alumno siempre le ganó al maestro. Diego Simeone encontró en la tozudez de Marcelo Bielsa la fórmula para conquistar la Europa League. Aprovechó los espacios libres que dejó su rival, y provocó el pánico en una defensiva que, desde la llegada del “Loco” de Rosario, se acostumbró a evitar goles persiguiendo las corridas de los delanteros rivales. Los riesgos que conlleva un sistema netamente ofensivo.

Comenzó el partido con una presión total del equipo madrileño. Las piernas de los futbolistas de Bielsa todavía no se desentumían por la tensión de la final, cuando Falcao propinó el primer cuadrangular al séptimo minuto.  El “Tigre” le escondió el balón a Amorebieta, y su pierna izquierda salió del escondite para mandar un balón envenenado al ángulo derecho de Gorka Iraizoz. El colombiano, de cantera argentina (River Plate) y barniz lusitano (Porto), seguramente pensó en la gran decisión que tomó al elegir el balompié sobre el deporte que aprendió de niño cuando vivió en Venezuela. Y los seguidores colchoneros, felices, lo agradecieron.

Luego del tanto inaugural, los vascos empezaron a hilar algunas buenas jugadas ofensivas. Fernando Llorente tuvo su única oportunidad de marcar al 17’, pero no remató con comodidad y el balón se perdió en un costado del arco colchonero. Al minuto 25’, Iker Muniaín disparó a un rincón donde sólo los larguiruchos brazos de Thibault Courtois, arquero belga de casi dos metros de altura, podían llegar.  Pero el Atlético de Madrid tenía mayor control emocional y al 34’ dieron su segundo golpe.

El seleccionado venezolano Fernando Amorebieta perdió el balón en la salida, el turco Arda Turan mandó una diagonal y cuando parecía que Radamel Falcao no llegaba al balón, lo jaló con su botín derecho, ridiculizó la barrida de Jon Aurtenexte y remató a placer. El “Tigre” se robó la noche, fue el mejor jugador del partido y convirtió su decimo segundo tanto, que le da por segunda ocasión consecutiva el trofeo al mejor romperredes de la Europa League.

La paidocracia de Lezama se llevó una lección. La mayor experiencia del cuadro de Manzanares pesó, y eso provocó que el Atlético siempre tuviera el control de las acciones. En tierra de vampiros, el Aleti sacó sus colmillos retorcidos ante un Athletic con dientes de leche. La aldea vasca, en la cita decisiva de Rumania, sucumbió al nervio y agrandó en la memoria de sus seguidores las hazañas de Old Trafford y Gelsenkirchen. Mientras la gabarra permanecía anclada en el puerto, varios jugadores colchoneros brillaron en su accionar, además del “Tigre” voraz que se disfraza de goleador evangélico.

Mario Suárez, descarte de la cantera colchonera en varios años para dejar su lugar a medianías que machacaban el presupuesto de los directivos y excitaban la furia de los seguidores, recuperó todos los balones que pasaban por su zona. Un creativo en rehabilitación. Diego, descartado en el Wolfsburg por un entrenador, Felix Magath, adepto a los balones medicinales y la preparación física de etiqueta militar, encontró un respiro de aire fresco en Manzanares y se reencontró con el buen futbol. Otro brasileño, Filipe Luis, fue la torre del ajedrez de Simeone por la lateral derecha, desapareció a Markel Susaeta y se animó a atacar en varias ocasiones. Y Arda Turan, el turco rebelde de la parte europea de Estambul, destacó por su trato del balón y visión de juego.

La segunda parte dio paso a una versión cada vez más alterada del Athletic. Se perdió el juego de conjunto a ras de césped, y presionados por el marcador adverso, mandaron pedradas al área bien apagadas por Courtois. El equipo de Simeone replegó líneas para administrar las piernas a la hora de los contragolpes. Los jóvenes vascos sucumbieron ante la desesperación y el brasileño Diego sentenció a seis minutos del final. La Europa League regresa, luego de un año de ausencia, a la fuente de Neptuno.

La directiva colchonera disfruta de convivir con el vértigo. Al inicio de la temporada, de manera sorpresiva, nombraron a Gregorio Manzano como entrenador del equipo, luego de una primera etapa no muy afortunada en el año 2004. El Aleti, devorador de entrenadores, es una bestia que no entrega segundas oportunidades. La irascibilidad del difunto presidente Jesús Gil y Gil contagió a generaciones de fanáticos broncos y tercos, que conviven con la prepotencia y paternidad alevosa del vecino de Chamartín. El equipo era un turista extraviado en la cancha. Fue necesaria una inyección de sangre roja y blanca. Y el ídolo argentino, Diego Simeone, ancló sus naves en el Vicente Calderón. A partir de ese momento, la performance fue evidente, y dio como resultado inmediato la conquista de la Europa League

En Bilbao, la decepción fue grande ante el desempeño de un cuadro que partía como favorito. El ayuno europeo deberá esperar para ser saciado en una aldea añeja, apegada a principios y costumbres que hacen del Athletic un equipo único en el mundo. La ilusión de un título creció con el trabajo de Marcelo Bielsa, el rebelde y romántico argentino que capitanea en cuclillas y viste de chándal.  La postal de un pueblo hundido se ejemplificó  en el llanto infantil y cristalino de Iker Muniain e Ibai Gómez, dos niños que encontrarán en la identidad de un pueblo entero las fuerzas para olvidar esta derrota. Porque al final, no importa el dinero ni los títulos, sino la supervivencia de toda una filosofía, minada por la Ley Bosman, la globalización y las carteras abultadas de los millonarios de Europa.