Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
¿Te acuerdas de Brasil 2014?. Que había un gran descontento
social entre los brasileños por la corrupción derivada del negocio
FIFA-Gobierno. Dinero despilfarrado en estadios y hoteles mientras las favelas
se hacían cada vez más pobres. Los aficionados más futboleros del mundo
renegaban de su religión y se volvieron ateos impulsados por la realidad. Al
final de la Copa, el balón siempre era un interés secundario mientras no se
garantizase la educación, la salud y el justo reparto económico entre todos los
brasileños.
¿Te olvidas de cómo le fue a México?. De cómo avanzó a ese
mundial a tientas, gracias al auxilio de ese perpetuo lazarillo que son los
Estados Unidos. De su técnico, un regalo para los publicistas que celebraba
goles como gallina asfixiada. O que tal su portero, un pinball que jugaba en un
equipo miserable de una isla francesa. Recuerdo que un buen día le dio por imitar
a Gordon Banks y todos los mexicanos ya pensaban en Guillermo Ochoa como
monumento histórico, método anticonceptivo y presidente de la nación. Luego
llegó Croacia. Los europeos que visten como tablero de damas chinas
pretendieron recrear la Guerra de los Balcanes con declaraciones incendiarias,
pero al final les partieron la Modric con tres golpes ensordecedores como el “puto”
de las tribunas. Ya en octavos de final, lo de siempre. El gol de Giovani Dos
Santos reiteró el recato y la introversión de un equipo que teme ambicionar los
grandes desafíos, como si fuese un extraño o un inútil ante ellos. Holanda le
dio la vuelta con un clavado de Robben que los mexicanos tomaron como una
afrenta de Masiosare, el extraño enemigo que algunos despistados identifican
con nombre propio. “No era penal” fue la frase que justificó la desgracia
nacional, eficaz analgésico para aliviar las fracturas y los raspones de las
caídas, del tipo “así lo quiso Dios”, “todos son igual de corruptos” o “me
dueles México”.
¿Pero sabes de cuál selección yo me acuerdo más?. De
Alemania. De esa maquinaria estilizada cuyos tanques, además de portentos
físicos, sabían jugar al futbol. Acorde con su legado de grandes matemáticos,
los alemanes construían sus pases con precisión geométrica y destruían
defensivas como si resolvieran teoremas. Ingenieros de la velocidad, los coches
alemanes estallaban el marcador de velocidad con contragolpes que desalentaban
la persecución de sus rivales, diligencias jaladas por caballos. Los germanos
son como esos estudiantes “mataditos” que siempre son los últimos que se
retiran de la biblioteca para irse a casa, que hacen muecas raras si sacan un
nueve en la boleta, como si viesen una mancha de mugre en la camiseta. Siempre
constantes, así lograron ganarle la copa del mundo a Argentina con un gol de
Mario Götze en los tiempos extras.
¿Te acuerdas de aquella final?. Un partido tan disputado que
dejó exhaustos a los propios espectadores. Para serte sincero, Argentina no
mereció perder. Jugaron su mejor partido en el día más importante y
desequilibraron el estereotipo muy alemán de la frialdad durante gran parte del
tiempo. Muchas hablaban de la magia de Messi o la contundencia de Higuaín pero
lo que a mí me impresionó de los sudamericanos fue su clase media, esos trabajadores
diligentes que desatascan fosas sépticas con sus propias manos, albañiles
manchados de cemento y tierra que construyen las casas en las que se resguardan
los arquitectos e ingenieros. Me acuerdo
de Mascherano, que tenía el culo roto de tanto barrerse por los balones.
También de Pablo Zabaleta, ese lateral que parecía tener tres pulmones porque
nunca se cansaba. Antes del Mundial, los argentinos estaban aterrados por los
altos índices de inseguridad cuyo cuerpo de policía parecía incapaz de reducir.
En Brasil, los aficionados albicelestes se sintieron resguardados en una tierra
particularmente hostil. Mérito de Alejandro Sabella, ese técnico al borde de un ataque de nervios que asimiló las bases de la filosofía bilardista; trincheras
bien guarnecidas, ataques de artillería inmediatos y estudio obsesivo de la
estrategia de los rivales, pero sin bidones
contaminados.
¿Qué habría pasado si Higuaín mete aquel gol que le regaló
Kroos en el primer tiempo?. Los hubieras son las pajas mentales del presente. Recuerdo
que Gonzalo Higuaín se asustó de su propia soledad y se desamparó al quebrar la
pelota a un costado de la portería de Neuer. El Pipita, delantero puntual la
mayoría del tiempo, no escucha el despertador de las juntas de trabajo
importantes. Como con el Real Madrid contra el Lyon en Champions League o con
el Nápoli contra el Borussia Dortmund también en el máximo torneo de clubes
europeo. Minutos después se ajustó el traje de bombero para salvar un incendio,
pero la llamada era de broma. Higuaín se desahogó en la celebración de su gol
pero el árbitro marcó fuera de lugar. Casi al final del primer tiempo, Höwedes puso
un balón en el poste. Tal vez Alemania se hubiese ahorrado los tiempos extras,
pero los campeonatos del mundo demandan sufrimientos maratónicos.
¿Qué habría sucedido si Lionel Messi mete la que tuvo en el
segundo tiempo?. Una pelota que cruzó con suspenso, como película de Hitchock,
con un toque de coquetería hollywodense a lo Marilyn Monroe. Si por algún
motivo me atraía ver a Argentina ganar la Copa, era por Messi. La FIFA diseñó
el script de la Copa del Mundo para que el jugador del Barcelona pudiera
rellenar con diálogos, escenas de acción y giros dramáticos la superproducción
cinematográfica del Mundial. Pero el guionista no andaba muy inspirado. Algunas
metáforas bien pensados, algunos personajes psicológicamente delineados, pero
uno de los mejores jugadores de la historia del futbol no terminó por contar
una historia excitante. Al final, con el uno a cero en contra, en el último
minuto, Messi tuvo un tiro libre. La película deportiva donde los buenos
siempre ganan cuando el cronómetro se queda sin tiempo se reeditaba otra vez.
Pero Leo mandó la pelota a las tribunas de un aliviado Maracaná. Sus flores de jardín
no fueron pisoteadas.
Y en los tiempos extras llegó el gol de Mario Götze, ¿te
acuerdas cómo fue el gol?. Una jugada que inicia Andre Schürrle y el jugador
del Bayern Munich completa bajándola de pecho y rematando de primera intención.
Una carrera de cien metros definida por décimas de segundo, un foto-finish que
acabó con la resistencia de una Argentina ya abonada a los penales y que gastó
el último tanque de combustible en una oportunidad que Rodrigo Palacio
desperdició cuando tenía de frente al gigantón Neuer y la portería detrás de él. Terminó la final y Alemania ganó su cuarta
Copa del Mundo, premio merecido a un proyecto de trabajo con diez años de
respaldo, armada con inteligencia, testarudez y paciencia.
¿De cuales otros acontecimientos tienes memoria de Brasil
2014?. Pienso en Brasil, esa selección impostora cuyas mentiras fueron
desenmascaradas por aquellos siete goles alemanes. En una afición brasileña
traumatizada que evitará organizar mundiales como una forma de superstición. En
Costa Rica, ese pato feo que se convirtió en cisne. En ese rejunte de esfuerzos
individuales llamado Bélgica, dama consentida de muchos periodistas cuya
juventud casi adolescente necesita tiempo de madurez. También recuerdo la vejez
de España, equipo apoltronado en el recuerdo y en la adoración de reliquias
monárquicas indispuestas a abdicar. Los evangélicos milenaristas siguieron
esperando a Inglaterra, promesa de redención que nunca se digna a presentarse. Los equipos africanos (excepto Argelia)
mantuvieron su intrascendencia, con grupos de futbolistas europeizados con
desatenciones y vicios colonialistas. Y de Brasil 2014 me quedó clara
una cosa más. No era penal.