La Europa League, plato para la
clase media de Europa, nos permite ver la reconversión de actores secundarios
en estrellas de cine. Sin la fama o la relevancia futbolística de un Messi o Cristiano
Ronaldo, un “Tigre” de la selva cafetalera incendió Bucarest con sus goles.
Radamel Falcao, el chico que quería ser beisbolista, anotó dos goles, conquistó su segunda Europa League consecutiva (la primera fue con el Porto), y despertó
la codicia de billeteras europeas. Diego contribuyó con una anotación más, y el Atlético
de Madrid derrumbó la ilusión de una identidad y un símbolo regional, Athletic
de Bilbao. El equipo de la capital española ganó por segunda vez en tres años
este trofeo, y los Valderrama, Rincón y Asprilla tienen un nuevo compañero en
la elite del balompié colombiano.
En duelo de argentinos en la
dirección técnica, el alumno siempre le ganó al maestro. Diego Simeone encontró
en la tozudez de Marcelo Bielsa la fórmula para conquistar la Europa League.
Aprovechó los espacios libres que dejó su rival, y provocó el pánico en una
defensiva que, desde la llegada del “Loco” de Rosario, se acostumbró a evitar
goles persiguiendo las corridas de los delanteros rivales. Los riesgos que
conlleva un sistema netamente ofensivo.
Comenzó el partido con una presión
total del equipo madrileño. Las piernas de los futbolistas de Bielsa todavía no
se desentumían por la tensión de la final, cuando Falcao propinó el primer
cuadrangular al séptimo minuto. El “Tigre” le escondió el
balón a Amorebieta, y su pierna izquierda salió del escondite para mandar un
balón envenenado al ángulo derecho de Gorka Iraizoz. El colombiano, de cantera
argentina (River Plate) y barniz lusitano (Porto), seguramente pensó en la gran
decisión que tomó al elegir el balompié sobre el deporte que aprendió de niño
cuando vivió en Venezuela. Y los seguidores colchoneros, felices, lo
agradecieron.
Luego del tanto inaugural, los
vascos empezaron a hilar algunas buenas jugadas ofensivas. Fernando Llorente
tuvo su única oportunidad de marcar al 17’, pero no remató con comodidad y el
balón se perdió en un costado del arco colchonero. Al minuto 25’, Iker Muniaín
disparó a un rincón donde sólo los larguiruchos brazos de Thibault Courtois, arquero
belga de casi dos metros de altura, podían llegar. Pero el Atlético de Madrid tenía mayor control
emocional y al 34’ dieron su segundo golpe.
El seleccionado venezolano Fernando
Amorebieta perdió el balón en la salida, el turco Arda Turan mandó una diagonal
y cuando parecía que Radamel Falcao no llegaba al balón, lo jaló con su botín
derecho, ridiculizó la barrida de Jon Aurtenexte y remató a placer. El “Tigre”
se robó la noche, fue el mejor jugador del partido y convirtió su decimo
segundo tanto, que le da por segunda ocasión consecutiva el trofeo al mejor
romperredes de la Europa League.
La paidocracia de Lezama se llevó
una lección. La mayor experiencia del cuadro de Manzanares pesó, y eso provocó
que el Atlético siempre tuviera el control de las acciones. En tierra de
vampiros, el Aleti sacó sus colmillos retorcidos ante un Athletic con dientes
de leche. La aldea vasca, en la cita decisiva de Rumania, sucumbió al nervio y agrandó en
la memoria de sus seguidores las hazañas de Old Trafford y Gelsenkirchen.
Mientras la gabarra permanecía anclada en el puerto, varios jugadores
colchoneros brillaron en su accionar, además del “Tigre” voraz que se disfraza
de goleador evangélico.
Mario Suárez, descarte de la
cantera colchonera en varios años para dejar su lugar a medianías que machacaban
el presupuesto de los directivos y excitaban la furia de los seguidores,
recuperó todos los balones que pasaban por su zona. Un creativo en
rehabilitación. Diego, descartado en el Wolfsburg por un entrenador, Felix
Magath, adepto a los balones medicinales y la preparación física de etiqueta
militar, encontró un respiro de aire fresco en Manzanares y se reencontró con
el buen futbol. Otro brasileño, Filipe Luis, fue la torre del ajedrez de
Simeone por la lateral derecha, desapareció a Markel Susaeta y se animó a
atacar en varias ocasiones. Y Arda Turan, el turco rebelde de la parte europea
de Estambul, destacó por su trato del balón y visión de juego.
La segunda parte dio paso a una
versión cada vez más alterada del Athletic. Se perdió el juego de conjunto a
ras de césped, y presionados por el marcador adverso, mandaron pedradas al área
bien apagadas por Courtois. El equipo de Simeone replegó líneas para
administrar las piernas a la hora de los contragolpes. Los jóvenes vascos
sucumbieron ante la desesperación y el brasileño Diego sentenció a seis minutos
del final. La Europa League regresa, luego de un año de ausencia, a la fuente
de Neptuno.
La directiva colchonera disfruta
de convivir con el vértigo. Al inicio de la temporada, de manera sorpresiva,
nombraron a Gregorio Manzano como entrenador del equipo, luego de una primera
etapa no muy afortunada en el año 2004. El Aleti, devorador de entrenadores, es
una bestia que no entrega segundas oportunidades. La irascibilidad del difunto presidente
Jesús Gil y Gil contagió a generaciones de fanáticos broncos y tercos, que conviven
con la prepotencia y paternidad alevosa del vecino de Chamartín. El equipo era
un turista extraviado en la cancha. Fue necesaria una inyección de sangre roja
y blanca. Y el ídolo argentino, Diego Simeone, ancló sus naves en el Vicente
Calderón. A partir de ese momento, la performance fue evidente, y dio como
resultado inmediato la conquista de la Europa League
En Bilbao, la decepción fue
grande ante el desempeño de un cuadro que partía como favorito. El ayuno
europeo deberá esperar para ser saciado en una aldea añeja, apegada a
principios y costumbres que hacen del Athletic un equipo único en el mundo. La
ilusión de un título creció con el trabajo de Marcelo Bielsa, el rebelde y
romántico argentino que capitanea en cuclillas y viste de chándal. La postal de un pueblo hundido se ejemplificó
en el llanto infantil y cristalino de Iker
Muniain e Ibai Gómez, dos niños que encontrarán en la identidad de un pueblo
entero las fuerzas para olvidar esta derrota. Porque al final, no importa el
dinero ni los títulos, sino la supervivencia de toda una filosofía, minada por
la Ley Bosman, la globalización y las carteras abultadas de los millonarios de
Europa.