Por Carlos Andrés
Gallegos Valdez
La derrota más reciente ante Monterrey
elimina a Chivas de la Liguilla, casa de huéspedes donde ni se le espera y se
le olvida. Al cuadro rojiblanco se le alinearon los astros, pero el creyente de
la astrología no leyó su horóscopo y decidió quedarse en casa. El gol de Efraín
Juárez confirmó el crepúsculo deformado de un equipo que parece homenajear a
Frankenstein, armado con piezas desvalijadas de un cementerio. Sin un sistema inmunológico que responda a las
bacterias carroñeras, o células que permitan emular el funcionamiento de un
cuerpo libre de peste, el Guadalajara se abandona al ambiente luctuoso del
panteón llamado descenso. La próxima temporada, Chivas solo estará arriba de
Puebla y el equipo que ascienda, en ese invento de contadores llamado
porcentaje. El optimismo de ludopatía de casino del dueño del equipo lo ha
llevado a apostar su propio cuerpo para salvar a su propiedad de la deshonra
del descenso. Lo mejor sería que se pusiera a trabajar para evitar la quiebra,
dejar de jugar al linchamiento del mártir, y recordar que en Argentina se juraba
que un equipo de rojo y blanco no podría descender. Era demasiado limpio para
corromperse con los esqueletos de las tumbas, decían. Su nombre era River
Plate, y al final se comprobó que era mortal.
El popular imaginario zombie encontraría
un buen argumento narrativo en la vida de Chivas. Repasemos los raquíticos
resultados del popular equipo tapatío. Desde el Clausura 2012, el primer torneo
del año, hasta el recién concluido Clausura 2014, Chivas ha ganado veinte
partidos, empatado 27 y perdido 38. En ninguno de los más recientes cinco
torneos ha superado los diecisiete goles por temporada (promedios menores a un
gol por partido). Ocho técnicos han pasado por el equipo sin generar resultados
positivos (más allá de John Van’t Schip que clasifica a la Liguilla del Apertura
2012 como el perro que pasa la cerca dejando pelos en los alambrados, o los
recientes cuatro compromisos de Ricardo La Volpe). La grandeza
del Guadalajara, cobijada por los trofeos de una generación dorada que se
marchita por el paso inapelable del tiempo y por la popularidad que aún
conserva, pese a que los asientos vacíos del Estado Omnilife puedan indicar
otra cosa, se reduce en últimas fechas a la añoranza ritual del pasado y a las
lamentaciones de la caricatura mal dibujada del presente. El equipo jalisciense se refugia en el asilo
de la apatía, mirando por la ventana, acumulando senectud mientras otros se hacen
jóvenes de entusiasmo.
Es claro que los jugadores no
logran demostrar su capacidad en la cancha. Los refuerzos se debilitan en la
rutina decaída del equipo, unos canteranos son arrancados del árbol demasiado
verdes y otros vuelan por las nubes sin siquiera saber caminar. Los llamados
símbolos del equipo, hombres de experiencia porque habitan años la casa, se
olvidan de barrerla y se enojan si les pones a hacer la comida. Otros más prefieren
ser niños de pechos o entrenar su lengua para catar vinos por galones. Pero la
mayor parte de las culpas del empobrecido estatus del Guadalajara se debería
achacar a Jorge Vergara y su primera dama, Angélica Fuentes.
Cuesta creer que un dueño cuyo
éxito de su empresa se sostiene de la abolición de las jerarquías verticales (la cadena multinivel), tome decisiones tan personalistas que solo se pueden
entender desde el capricho o los humores del cuerpo. Es un símil de Jesús Gil y
Gil, finado presidente del Atlético de Madrid que consumía entrenadores como si
fueran cervezas. Solo desde el punto de vista dipsómano se entendería el
carrusel de directores técnicos que han dirigido a Chivas en la Era Vergara
iniciada en 2002, tan amplio que no cabrían en un camión de redilas. O los
presidentes manejados como títeres por las torpes manos del ventrílocuo y
terminan arrumbados como trapos viejos en algún rincón de las oficinas de
Vergara, con los ojos descocidos y la tela roída. Los defensores de la gestión del empresario
señalan su confianza en las Fuerzas Básicas (lo que tendría que ser una
obligación en un club que utiliza puros mexicanos y ya se venía haciendo desde
la gestión anterior de Francisco Cárdenas) o las exportaciones de producto
rojiblanco a tierras holandesas e inglesas (como si Chicharito y Carlos Salcido
fuesen ideas patentadas por el cerebro financiero de Vergara y no futbolistas
profesionales talentosos). Pero, y solo es mi opinión, Vergara tiene las
piernas repletas de contusiones por tantos tropiezos derivados de su andar
apresurado, patizambo y sin fijar la vista enfrente. Bajo un lazarillo tan
impaciente y excitado, no sorprende que el invidente rojiblanco se estampe de
bruces en la calle.
Habría que tener un mínimo de
escepticismo y crítica antes que negarle a los ojos el don de la vista mediante
arengas que silencien la realidad y alboroten la pasión. Tal vez por esto, no me gusta la cultura del
aguante que ciertos medios de comunicación y aficionados defienden. Me recuerda
a la venerable tradición mexicana de dejarse golpear por el marido o tomarse a
sorbos la sopa fría con huevos de mosca que sirven los restaurantes
negligentes. El público está para apoyar, no para criticar, ya que si lo haces
eres un mal aficionado, te repiten en estribillo. Lo mismo hacen los políticos
para que apoyes sus reformas, aunque estas puedan perjudicar, como las
cláusulas de censura a Internet de la reforma de Telecomunicaciones. Porque si
no la apoyas, eres un mal mexicano. Las butacas vacías del Omnilife existen
porque no hay un equipo que los motive al derroche monetario que
vale la pena despilfarrar por un entretenimiento decente. ¿Cómo se puede uno
divertir con un equipo trágico que sólo invita al melodrama?. Además, ¿Quién va
a ir al Estadio Omnilife con espectáculos tan pobres?, para eso hay actividades
menos soporíferas, como ver llover, contar coches que pasan por la calle o
atestiguar la lenta agonía de una pintura que nació fresca y terminará seca en
el camposanto de concreto de una pared. Chivas deberá comportarse como un novio
verdaderamente arrepentido, reaprender la seducción y la cursilería para volver
a enamorar a la mujer harta de ver al equipo en zona de descenso, que pierde el
doble de partidos de los que gana, y con un dueño cuya estabilidad emocional es
más irregular que la especulación en Wall Street.