lunes, 28 de abril de 2014

Chivas, el fracaso que no cesa

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

La derrota más reciente ante Monterrey elimina a Chivas de la Liguilla, casa de huéspedes donde ni se le espera y se le olvida. Al cuadro rojiblanco se le alinearon los astros, pero el creyente de la astrología no leyó su horóscopo y decidió quedarse en casa. El gol de Efraín Juárez confirmó el crepúsculo deformado de un equipo que parece homenajear a Frankenstein, armado con piezas desvalijadas de un cementerio.  Sin un sistema inmunológico que responda a las bacterias carroñeras, o células que permitan emular el funcionamiento de un cuerpo libre de peste, el Guadalajara se abandona al ambiente luctuoso del panteón llamado descenso. La próxima temporada, Chivas solo estará arriba de Puebla y el equipo que ascienda, en ese invento de contadores llamado porcentaje. El optimismo de ludopatía de casino del dueño del equipo lo ha llevado a apostar su propio cuerpo para salvar a su propiedad de la deshonra del descenso. Lo mejor sería que se pusiera a trabajar para evitar la quiebra, dejar de jugar al linchamiento del mártir, y recordar que en Argentina se juraba que un equipo de rojo y blanco no podría descender. Era demasiado limpio para corromperse con los esqueletos de las tumbas, decían. Su nombre era River Plate, y al final se comprobó que era mortal.

El popular imaginario zombie encontraría un buen argumento narrativo en la vida de Chivas. Repasemos los raquíticos resultados del popular equipo tapatío. Desde el Clausura 2012, el primer torneo del año, hasta el recién concluido Clausura 2014, Chivas ha ganado veinte partidos, empatado 27 y perdido 38. En ninguno de los más recientes cinco torneos ha superado los diecisiete goles por temporada (promedios menores a un gol por partido). Ocho técnicos han pasado por el equipo sin generar resultados positivos (más allá de John Van’t Schip que clasifica a la Liguilla del Apertura 2012 como el perro que pasa la cerca dejando pelos en los alambrados, o los recientes cuatro compromisos de Ricardo La Volpe). La grandeza del Guadalajara, cobijada por los trofeos de una generación dorada que se marchita por el paso inapelable del tiempo y por la popularidad que aún conserva, pese a que los asientos vacíos del Estado Omnilife puedan indicar otra cosa, se reduce en últimas fechas a la añoranza ritual del pasado y a las lamentaciones de la caricatura mal dibujada del presente.  El equipo jalisciense se refugia en el asilo de la apatía, mirando por la ventana, acumulando senectud mientras otros se hacen jóvenes de entusiasmo.

Es claro que los jugadores no logran demostrar su capacidad en la cancha. Los refuerzos se debilitan en la rutina decaída del equipo, unos canteranos son arrancados del árbol demasiado verdes y otros vuelan por las nubes sin siquiera saber caminar. Los llamados símbolos del equipo, hombres de experiencia porque habitan años la casa, se olvidan de barrerla y se enojan si les pones a hacer la comida. Otros más prefieren ser niños de pechos o entrenar su lengua para catar vinos por galones. Pero la mayor parte de las culpas del empobrecido estatus del Guadalajara se debería achacar a Jorge Vergara y su primera dama, Angélica Fuentes.

Cuesta creer que un dueño cuyo éxito de su empresa se sostiene de la abolición de las jerarquías verticales (la cadena multinivel), tome decisiones tan personalistas que solo se pueden entender desde el capricho o los humores del cuerpo. Es un símil de Jesús Gil y Gil, finado presidente del Atlético de Madrid que consumía entrenadores como si fueran cervezas. Solo desde el punto de vista dipsómano se entendería el carrusel de directores técnicos que han dirigido a Chivas en la Era Vergara iniciada en 2002, tan amplio que no cabrían en un camión de redilas. O los presidentes manejados como títeres por las torpes manos del ventrílocuo y terminan arrumbados como trapos viejos en algún rincón de las oficinas de Vergara, con los ojos descocidos y la tela roída.  Los defensores de la gestión del empresario señalan su confianza en las Fuerzas Básicas (lo que tendría que ser una obligación en un club que utiliza puros mexicanos y ya se venía haciendo desde la gestión anterior de Francisco Cárdenas) o las exportaciones de producto rojiblanco a tierras holandesas e inglesas (como si Chicharito y Carlos Salcido fuesen ideas patentadas por el cerebro financiero de Vergara y no futbolistas profesionales talentosos). Pero, y solo es mi opinión, Vergara tiene las piernas repletas de contusiones por tantos tropiezos derivados de su andar apresurado, patizambo y sin fijar la vista enfrente. Bajo un lazarillo tan impaciente y excitado, no sorprende que el invidente rojiblanco se estampe de bruces en la calle.

Habría que tener un mínimo de escepticismo y crítica antes que negarle a los ojos el don de la vista mediante arengas que silencien la realidad y alboroten la pasión.  Tal vez por esto, no me gusta la cultura del aguante que ciertos medios de comunicación y aficionados defienden. Me recuerda a la venerable tradición mexicana de dejarse golpear por el marido o tomarse a sorbos la sopa fría con huevos de mosca que sirven los restaurantes negligentes. El público está para apoyar, no para criticar, ya que si lo haces eres un mal aficionado, te repiten en estribillo. Lo mismo hacen los políticos para que apoyes sus reformas, aunque estas puedan perjudicar, como las cláusulas de censura a Internet de la reforma de Telecomunicaciones. Porque si no la apoyas, eres un mal mexicano. Las butacas vacías del Omnilife existen porque no hay un equipo que los motive al derroche monetario que vale la pena despilfarrar por un entretenimiento decente. ¿Cómo se puede uno divertir con un equipo trágico que sólo invita al melodrama?. Además, ¿Quién va a ir al Estadio Omnilife con espectáculos tan pobres?, para eso hay actividades menos soporíferas, como ver llover, contar coches que pasan por la calle o atestiguar la lenta agonía de una pintura que nació fresca y terminará seca en el camposanto de concreto de una pared. Chivas deberá comportarse como un novio verdaderamente arrepentido, reaprender la seducción y la cursilería para volver a enamorar a la mujer harta de ver al equipo en zona de descenso, que pierde el doble de partidos de los que gana, y con un dueño cuya estabilidad emocional es más irregular que la especulación en Wall Street.