El Manchester City tomó por asalto la ciudad y el liderato de la Premier League. Un frentazo del belga Vincent Kompany en el descuento del primer tiempo bastó para derrotar al vecino, un United que perdió la batalla desde la alineación inicial que Sir Alex Ferguson mandó a la cancha.
Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
La Premier League está en manos del Manchester City. En la
final adelantada de la temporada, un solitario gol de Kompany llena de
esperanzas, grandes esperanzas, a uno de los anteriores niños pobres del futbol
británico. Empatados a 83 puntos, pero con la diferencia de goles favorable al City, los dos equipos de Manchester parecen viajar
en rumbos opuestos. Manchester United viaja en un tren vacío, rumbo al
crepúsculo de una era brillante, lleno de bonanza y títulos. Manchester City se
desplaza en avión privado de fábrica árabe, buscando llegar al aeropuerto de
grandes equipos que conforman el escenario europeo del futbol. Quedan dos
partidos para saber si semejantes viajes llegan a sus destinos; el avión puede estrellarse y el tren podría llenarse de
pasajeros para alumbrar un nuevo día de éxitos.
El nuevo rico de Inglaterra fue ayudado involuntariamente
por una serie de decisiones erradas de su vecino. Sir Alex Ferguson aposto por
la vieja guardia, recluyendo a Ryan Giggs en labores de contención y confiando
en la experiencia de un Paul Scholes que se encontraba en el retiro hace seis
meses. Sin embargo, replegó en exceso a su equipo y pecó de mezquino dejando en
el banco a jugadores desequilibrantes como Danny Welbeck, Ashley Young y
Antonio Valencia. Recargó su arsenal ofensivo con un solo fusil en punta, Wayne
Rooney, lo que provocó anemia en la elaboración de jugadas ofensivas
peligrosas. Joe Hart disfrutó de una noche apacible y Roberto Mancini,
entrenador de los Citizens criticado por sus planteamientos cautelosos, debió
alegrarse de que esta noche, las críticas finalmente no serían para él.
El primer tiempo resultó peleado, pero poco brillante.
Manchester City, equipo goleador donde los haya, sufrió la problemática de toda
la temporada, extraviar la creatividad ante equipos fuertes y replegados , y explotar la dinamita ante oncenas modestas que amontonan hombres en la zona
defensiva para no comerse una goleada. En esta ocasión, los dirigidos por
Mancini se vieron más desahogados porque Manchester United olvidó sus colmillos
afilados en Old Trafford y quiso morder con dentadura postiza a un armazón de
hierro. En los “citizens”, sólo Sergio Agüero y Samir Nasri pusieron algo de
creatividad. Los otros veinte futbolistas corrieron como caballos desbocados y
sin estribos, en un primer tiempo con mayor derroche de ácido láctico que de fútbol.
Sin embargo, un balón parado desequilibró la monotonía de un
encuentro físico, donde la técnica sucumbió ante el kilometraje recorrido en la
cancha, partido predilecto de los preparadores físicos y los fisioterapeutas,
pero nunca de los aficionados al futbol. En un tiro de esquina, en el primer minuto
agregado del primer tiempo, Kompany le ganó la espalda a Chris Smalling, remató
con fuerza y el esférico reventó el arco de David de Gea. Un gol para soñar,
para quitarse ocho puntos de desventaja de sus vecinos y 36 años de frustraciones.
El gol que permite al cuadro de Mancini depender de sí mismo para cambiar las
deshonras por las alegrías, y regalar una sonrisa a una afición hastiada de las
burlas del vecino ganador.
La segunda mitad presentó a un Manchester United demasiado
encadenado a sus vicios. Obligado a atacar para mantener el primer lugar, presentó
su mejor papel de víctima rebasada por los acontecimientos. Vivió lamentando el
desperdicio del primer tiempo y no tuvo valentía para recomponer el camino en
el segundo. Las llegadas peligrosas brillaron por su ausencia y ni las rectificaciones
tardías de Alex Ferguson (le dio media hora a Welbeck y le mendigó diez minutos a Valencia) cambiaron el tono azul del clásico de Manchester. El City, por su parte, manejó mejor el partido
pero pudo llevarse una sorpresa al decidir replegar líneas en los últimos
minutos contra un boxeador que sólo buscaba el golpe de suerte para noquear.
Mancini se acordó de su estirpe italiana y metió a Nigel de Jong y Micah
Richards en lugar del indultado Carlos Tévez y David Silva. Esta vez, el entrenador se
salió con la suya. Una pelea verbal entre Mancini y Ferguson,
propia de la calentura de un derbi, refleja la nueva lucha entre dos equipos
que podrían continuar con su puja por los títulos en próximos años, y la nueva
conducta de un vecino que solía bajar la mirada ante las hazañas del dueño de Old
Trafford.
La historia de Phillip Pirrip, el niño pobre que recibe una
herencia y forma parte de las clases altas de Londres, existe en la Premier
League. Si Charles Dickens hubiese escrito su novela “Grandes Esperanzas” en el
2012, el Manchester City sería su inspiración principal. Es la historia de un
equipo pobre, humillado por su hermano de ciudad, Manchester United, acompañado
de aficionados con alma de herreros, reacios a las adversidades y al brillo del
vecino. Un buen día, recibe una herencia, reflejada en el dinero de un mecenas
petrolero de Abu Dhabi. Ese equipo se educa en la alta competencia
futbolística, invierte (en algunos casos derrocha) millones en jugadores de
alto nivel, y hoy, más que nunca, está
cerca de conquistar el corazón duro de la señorita Estela Havisham del futbol,
la Premier League, luego de 36 años de penalidades y sufrimiento.