Aquellos que aseguran que los penales no pueden ser una
lotería, se equivocan. Es una especialidad donde los más serenos triunfan, es
la fría lógica aplicada en un deporte de emociones. Los nervios se subliman en
ollas de presión, las piernas tambalean de puro nervio y los fantasmas de un
posible fallo amedrentan hasta a los más grandes cracks. Le pasó a Lionel Messi
ayer, le ocurrió a grandes jugadores como Maradona o Platini, y le sucedió a
Cristiano Ronaldo, el infalible ejecutor de penales y el mejor jugador de su equipo la noche de hoy, que también demostró su condición de mortal. Fueron once metros los que dejaron fuera al Real Madrid, que a pesar de
ganar 2-1 y empatar el global a tres, erró tres de sus cuatro penas máximas y
abandonó el sueño de la Décima al perder 3-1 en la instancia más cruel. Bayern
Munich, por su parte, jugará ante el Chelsea la gran final de la Champions
League, el 19 de mayo, en casa, en Allianz Arena, con el cobijo de su público.
Real Madrid comenzó con presión subyugante. Tomó del cuello
a su rival y no le permitió respirar en los primeros quince minutos del
partido. Los astros merengues hilaban buenas jugadas ofensivas y la pelota
viajaba tan rápida en campo bávaro que los defensores apenas atinaban a cortar
los avances locales. Las urgencias madridistas por igualar el global se aliviaron
muy pronto. En el sexto minuto, el árbitro húngaro Viktor Kassai marcó penal
por mano de David Alaba y Cristiano Ronaldo tomó el balón para cobrarlo.
El portugués, infalible (hasta ahora) en esta especialidad,
engañó a Manuel Neuer, y el Santiago Bernabéu encendió antorchas para iluminar
el camino a Munich. Nadie se imaginaría que dos horas después, el perfecto
tirador de penales también se vestiría de humano.
Aunque Arjen Robben voló una pelota franca de gol, cuando
solo tenía enfrente la oposición de Iker Casillas, y Mario Gómez avisó con un
tiro que escupió Casillas y Franck Ribery no alcanzó a contra rematar, el
cuadro de José Mourinho tenía el control de las acciones. Al minuto 14, la
presión de los blancos llenó de pánico a los defensores bávaros, Ozil aprovechó
la coyuntura y con una asistencia samaritana dejó a Cristiano Ronaldo en
soledad con Neuer. El siete merengue definió mecánicamente, y el balón se anidó
en el rincón derecho de la red como un conejo perezoso.
Pero años de adversidades, guerras y contratiempos modelaron
el corazón alemán como un antídoto infalible contra la catatonía. Allí donde
muchos ven motivo para tirar la toalla, el alemán la recoge y cura sus heridas
con ella. Desde el “Milagro de Berna” en el mundial de 1954, el mundo aprendió
que un equipo o combinado del país germano jamás perderá la estabilidad
emocional ni la voluntad por ganar. Los alemanes son los mejores en atemperar
el ánimo en situaciones adversas, y hoy el Real Madrid volvió a aprender la
lección, a pesar de su incuestionable grandeza futbolística.
A ello también contribuyó el equipo español, quien dejó de
presionar y buscar más anotaciones. Le quitó la soga del cuello al Bayern y
hasta le regaló la cuerda con la que iban a asfixiarlo. José Mourinho cometió
el error de muchos entrenadores, entender el llamado “manejo” de un partido
como la capacidad de regalarle la iniciativa al equipo contrario, como si el
piloto de un automóvil pensara que el vehículo se manejará mejor quitando las
manos del volante y los pies del freno y el acelerador. El colectivo de Jupp
Heynckes respondió con un disparo de Robben al 16’, una serie de cabezazos sin
solución final en un tiro de esquina y una serie de embestidas de Mario Gómez,
el “Torero” transformado en el toro que
debieron lidiar Pepe y Sergio Ramos.
En la mitad del primer tiempo, Toni Kroos dibujó por la
banda una parábola que buscaba a Gómez, el delantero cayó en el área y Kassai
señaló penal por presunto empujón de Pepe. El mejor momento para la redención
de un exiliado llegaría. Arjen Robben, el desterrado del Bernabéu, el calvo
prematuro que debió dejar Madrid ante las rutilantes contrataciones de
Cristiano Ronaldo y Kaká en el 2009, silenció a los locales con su certero
penal, no sin dramatismo. Iker Casillas adivinó el lanzamiento del holandés, se
lanzó a su derecha y cacheteó el esférico con sus falanges, pero el penal fue
demasiado bien ejecutado como para no terminar en gol. Era el minuto 27.
El último cuarto de hora del primer tiempo fue la
confirmación de 45 minutos excepcionales, lleno de llegadas por ambos bandos. Por
el Real Madrid, Karim Benzema trazó una curva que puso con la piel de gallina
al poste izquierdo del arco de Neuer y un centro de Xabi Alonso no encontró
rematador en las postrimerías del descanso. En la oncena alemana,
Mario Gómez erró un mano a mano contra Iker Casillas luego de un pase de
Ribery.
No obstante, el segundo tiempo decayó para dar paso a las
uñas mordisqueadas, las manos sudorosas y las caras desencajadas de los
seguidores locales. Con el empate global, los dos equipos extremaron
precauciones, cerraron las puertas con candado y taparon ventanas con persianas
y cortinas. El miedo a errar dominó el escenario verde del Bernabéu. Los dos
equipos aseguraban demasiado los pases, ralentizaban la velocidad del juego y
defendían con casi todos los efectivos al momento de extraviar el balón. El
drama que llenó de emociones el primer tiempo se convirtió en una obra con
actuaciones contenidas y libreto recitado por actores que temían olvidar los
diálogos. Con tal moderación de sentimientos, era inevitable la llegada de los
tiempos extra. Sin embargo, la intensidad a la hora de disputar el balón no
decayó, y los veintidós jugadores terminaron el tiempo reglamentario con tobillos
amoratados, piernas a punto del calambre y con la lengua de fuera.
En los tiempos extra apenas hubo novedades, más allá de una
jugada polémica donde Esteban Granero cayó dentro del área visitante por
posible jalón de Neuer, en el décimo minuto del segundo tiempo extra. Los
penales eran inevitables, casi esperados por los dos entrenadores. Jupp Heynckes
se negó a realizar cambios para refrescar a su plantilla, y José Mourinho
postergó para los penales sus ilusiones de avanzar la eliminatoria, al sacar a
Mesut Ozil y meter al ya mencionado Granero. Y los penales llegaron.
Once metros, donde la portería se achica y los porteros se
vuelven gigantes. Los penales no pueden ser una lotería, se equivocan quienes
dicen eso. Para muestra un botón: cinco de los nueve cobradores fallaron sus
cobros. Figuras que ganan millones de euros no pueden tirar un simple penal,
dicen algunos. Estos tiros son más complejos de lo que parecen.
Bayern Munich tiro primero. El austriaco David Alaba
arrinconó el balón con precisión de cirujano. El primer cobrador del Real
Madrid, el que nunca falla, Cristiano Ronaldo, lo erró. Sus iniciales y su
número, que recuerdan la frialdad de un robot de acero, flaquearon ante la estirada de Manuel Neuer y revivieron aquel último cobro que había errado el
lusitano, en la final de la Champions del 2008 contra el Chelsea. Ese día sus
compañeros lo salvaron. Hoy no pudieron con el hielo bávaro.
Mario Gómez acrecentó la ventaja. Kaká, un balón de oro que
pasó a fungir un papel secundario en el Real Madrid, empequeñeció ante la
figura de Neuer. Los alemanes perdieron los nervios por un momento, Toni
Kroos y Philip Lahm se estrellaron con Casillas, mientras Xabi Alonso devolvía el
oxígeno a sus seguidores. Pero Sergio Ramos lanzó un proyectil a las tribunas
del Santiago Bernabéu y Bastian Schwensteiger sentenció la eliminatoria. Munich está de fiesta, sus hijos adoptivos
jugarán la final en casa.
La televisión y millones de aficionados esperaban ver en la
final al Real Madrid y Barcelona, pero dos visitantes latosos e hiperactivos clausuraron
la fiesta en sus propios campos. El
futbol les sacó la lengua a los dos gigantes españoles. Bayern Munich y
Chelsea, los dos patitos feos de las semifinales, se convirtieron en cisnes.
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