El éxito y el fracaso
en el futbol y la vida.
Por Andrés Gallegos
La competencia deportiva es exacerbada por los medios de
comunicación en términos de “lo mejor” y “lo peor”. Si ganas, eres el mejor. Si
pierdes, eres el peor. Los fanáticos del futbol se han creído este discurso
mentiroso y denigran al perdedor cuando la derrota es una posibilidad real
tanto en el deporte como en la vida misma. Hay equipos que ganan más que otros,
pero nadie está exento del fracaso.
En estas fechas, Josep Guardiola es vilipendiado por varios
sectores mediáticos y un número importante de aficionados por sus recientes
tropiezos en Champions League y Copa Alemana, además de tres descalabros
seguidos en la Bundesliga. El español, con una reputación ganadora, empieza a
apestar en la derrota. Sus victorias se empequeñecen ante la espectacularidad
del gigante caído. El impacto del Titanic arañado por un iceberg aún permea en
estas generaciones, aficionadas a ver trasatlánticos hundirse.
Si Guardiola ha hecho jugar al Bayern Munich mejor o peor
que Jupp Heynckes no es algo que interese a detalles de este texto. Lo que
quiero analizar es la exageración persistente a evaluar los triunfos y las
derrotas en términos de disidencia radical. Si ganas, estoy contigo. Si
pierdes, estoy contra ti. Un día Guardiola transformó al Barcelona hasta
convertirlo en el mejor equipo de la historia. Al otro, el catalán es un
entrenador sobrevalorado que solo gana con equipos “hechos”. A estos extremos
me refiero.
El mismo entorno que encumbró a Pep como “el mejor técnico
del mundo” por sus éxitos, ahora lo ignoran cuando éstos parecen escasear. Bien
lo dijo Marcelo Bielsa, entrenador argentino del Olympique de Marsella: “Tengo
claramente visualizado que en los procesos negativos todos te abandonan. Los
medios de comunicación, el público y los futbolistas. Y eso es natural, es
propio de la condición humana. Nos acercamos al que huele bien y el éxito
siempre mejora el aroma del que lo protagoniza. Y nos alejamos del que huele
mal y la derrota hace que seamos mal olientes. Nadie te acompaña para ayudarte
a ganar y todos te acompañan si has ganado. Es una ley de la vida".
Bayern Munich, luego de perder la final de UCL 2011-12 |
El éxito, hasta en los clubes históricos, es esporádico. El
mismo Bayern Munich lo entendió cuando el primer año de Jupp Heynckes tuvo
registros en blanco. Perdió la Liga y la Copa contra la potencia emergente del
Borussia Dortmund. Extravió la Champions League en su propio estadio, contra un
grisáceo pero efectivo Chelsea. Pero en Alemania vieron la derrota como un
paréntesis en el trayecto rumbo al éxito. Permanecer anclado en el fatalismo
supersticioso, como le sucede a equipos como Cruz Azul o Benfica, o seguir
luchando como el primer y más valioso de los triunfos. Al año siguiente, los
bávaros ganaron el triplete.
Guardiola ha ganado dos Bundesligas, una Copa Alemana, una
Supercopa europea y un Mundial de Clubes. Su búsqueda del triunfo ya se ha
materializado. Pero se le niega un trofeo mayúsculo, la Champions League, y las
otras victorias parecen no importar. Se evalúa el fracaso en términos de tener
o no tener. Pero se nos olvida que tanto en la Champions como en otras facetas
del deporte y la vida, hay demasiados aspirantes al mismo éxito. Y muchas
veces, el que fracasa se desanima, se siente culpable y deja de luchar,
aturdido por los ladridos de los críticos. Vuelvo a citar a Bielsa: “Nosotros
deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción. Los seres
humanos de vez en cuando triunfan. Pero habitualmente desarrollan, combaten, se
esfuerzan, y ganan de vez en cuando. Muy de vez en cuando”.
¿De verdad importan tanto los títulos?. Hay entrenadores que
dirigen equipos medianos, clubes destinados a la precariedad y la escasez.
Futbolistas que protagonizan gestas olvidadas en divisiones inferiores.
Profesores que forman las inteligencias infantiles desde el silencio. Padres
que forman los corazones de sus hijos sin altavoces que amplifiquen su éxito.
Trabajadores cuya labor diaria se materializa en el éxito de disfrutar un buen
plato de comida en la mesa. No tienen el prestigio de la victoria que promueve
el entorno mediático, para este, todos esos que mencioné son fracasados por no
ganar algún diploma o trofeo que lo certifique, por no usar determinadas cosas,
por no responder a sus expectativas previamente fijadas por el marketing o la
ideología del consumo. Pero ningún éxito inmuniza, diría Bielsa. Las victorias pequeñas son las que engrandecen
el espíritu de los hombres.
Por eso entiendo a Pep Guardiola cuando dice: “¿Soy el mejor
por ganarlo todo? He ganado por tener súper jugadores. He dicho mil veces que
todo lo que he ganado ha sido por y para ellos, no para mí. Yo estoy aquí con
mi chándal pero no puedo ayudar más. Quiero ser el mejor entrenador para mis
jugadores. He dado lo mejor desde que soy entrenador”. La clave estriba en dar
lo mejor, en ofrecerte por completo en lo que haces. Si sólo amáramos al
exitoso, seríamos hinchas del que gana. Pero no ocurre así. Queremos al que nos
provoca emociones perdurables, al que nos vuelve mejores y más felices. Le
reprochamos a Pep no ganar la Champions, ¿y si un día finalmente la obtiene, se
apagará el ruido de sus críticos?. Los acomplejados por el éxito suelen
impugnarlo hasta la eternidad. Nunca ganamos siempre, en nuestras vidas también
hay fracasos, pero las victorias que obtenemos perduran para nosotros mismos.
¿Realmente queremos ganar siempre?. El éxito demanda
sacrificios, ¿estamos dispuestos a ofrecerlos?. En una charla durante el
entrenamiento del Olympique de Marsella, Marcelo Bielsa le habló al lateral
Bernard Mendy acerca del éxito y la felicidad. “Ser el mejor te quita
felicidad”, señaló, “te quita horas con tu mujer, con tus amigos, te quita
fiestas, diversión. (…) Ustedes quisieran comprar el tiempo. Pagarían por poder
hacer eso, como pagaría cualquier persona. Entonces, el éxito te quita la
posibilidad de ser feliz. Si vos elegís que vos no querés ser el mejor del
mundo, ¿qué problema hay? No hay ningún problema”. No se trata de vivir como fracasado, se trata
de vivir a la altura del bien que queremos, allí estriba el éxito.