martes, 28 de julio de 2015

Reflexiones sobre Herrera y Martinoli

Por Andrés Gallegos

I
Miguel Herrera es un reflejo más de la pobre educación que abunda en el futbol mexicano. Cabezas poco amuebladas que únicamente aprendieron a patear una pelota, y se vuelven soberbios e intocables cuando ganan millones de pesos. Son figuras públicas idolatradas en un medio que fomenta esta admiración con fines comerciales. Los miembros de esta profesión adolecen de autocrítica porque solo conocen la adulación. Viven en una burbuja, repleta de viejas buenas, vinos caros, hoteles cinco estrellas y periodistas paleros.
Todo este paraíso los vuelve idiotas. El técnico de la Selección es el prospecto perfecto de este conjunto de bondades pasajeras. Graba más comerciales que partidos de sus rivales, promete ilusiones que no se cumplirán, siempre está disponible para entrevistas y fiestas infantiles. Los patrones tienen a su empleado perfecto, uno que les sonríe después de comer mierda, el mandadero que lleva el café caliente al escritorio, el que siempre se ríe de los chistes del jefe. El trabajador se siente tan importante que comete el error del que carece de humildad, por no tener un sentido de la realidad que ofrece la educación. Las palmadas del patrón lo vuelven presuntuoso, indestructible. Lo tiene todo, dinero, fama. Eso le da el derecho de hacer lo que le da la gana. El esclavo no conoce la libertad sino el libertinaje. El solitario no conoce el amor sino el deseo carnal.
La nube en que vive el Tri vuelve egoístas a sus integrantes. Todas las miradas se dirigen a ellos. Cualquier disonancia es reprimida, no tolerada. Las críticas se convierten en ataques personales, producto de la envidia, la ignorancia o el sensacionalismo. La unión se refuerza en el belicismo, creando un enemigo al que combatir, porque el odio es más fácil de asimilar que la razón en mentes poco entrenadas para pensar. Derrotar al enemigo a madrazos y luego disfrutar esa victoria porque "ya se lo merecía" o "este payaso estaba hablando de más", solo refleja un carácter resentido y repleto de pavor. Cómo no existe la capacidad de enfrentar el problema, se prefiere anularlo, nulificarlo. La Selección y su técnico tienen miedo de salir de la burbuja y que se los coma una realidad que apenas conocen, la de un equipo que ganó una Copa de Oro por regalos arbitrales, la de un seleccionado que en el mundo es de tercer orden.
II
El estilo de Christian Martinoli es una postura crítica que el entretenimiento televisivo aplaude. Es irónico sin ser subversivo, filoso sin ser lacerante, hace reír sin pensar demasiado. Tiene patiños que celebran las bromas, la suficiente inventiva para renovar el material cómico sobre la marcha (como los standuperos), y frases slogan que facilitan el aprendizaje repetitivo de la marca Martinoli.
Pero el humor del cronista tiene un componente venenoso. El mexicano promedio, amante de los chistes repetitivos, las bromas temáticas de suegras y gallegos, y la comedia de pastelazo que se entiende a la primera toma de televisión, aún no gestiona del todo el uso de la ironía y el sarcasmo. Este tipo de humor, metáfora festiva para ejercer la crítica en ambientes intolerantes a la misma, solo molesta más a personas demasiado amargadas para reírse de si mismas, y enerva a oídos demasiado susceptibles de identificar contenidos peligrosos como ministerios de censura.
El narrador de TV Azteca ejerce, al modo de Ibargüengoitia, una desacralización de los ídolos futbolísticos, como el guanajuatense con los temas sagrados de la historia de México. Muchas veces incurre en excesos, pero su sarcasmo es exitoso porque lo ha sabido ejercer. Esta postura provoca molestia en un entorno repleto de soberbia, que se toma demasiado en serio a si mismo, ambos componentes enemigos de la ironía. A los críticos del estilo de Martinoli habrá que recordarle lo que una vez dijo Ibargüengoitia cuando Monsiváis se quejó de una crítica humorística de una obra de teatro:
“Los artículos que escribí son los únicos que puedo escribir; si son ingeniosos es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario, y si son humorísticos es porque así veo las cosas. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue en broma, es un imbécil.”

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