Por Carlos Andrés Gallegos Valdez
I
En la globalización del futbol, Inglaterra es un país
etnocentrista. Como si los condicionara su aislamiento marítimo, los ingleses
tienen miedo de cruzar a nado el Canal de la Mancha, porque luego se mojan y
pueden ahogarse. La Premier League, publicitada como la liga de futbol más
poderosa del mundo, es demagogia en Europa. Con Chelsea y Liverpool fallecidos,
mas Arsenal y Manchester City respirando de manera artificial, los clubes
ingleses se aturden con el himno de la Champions y añoran la hora del té. Repletos de estrellas internacionales, se han vuelto tan
locales como la frustración de su Selección Nacional, quien solo fue un equipo
grande cuando pudo jugar la Copa del Mundo en casa.
El desprecio de la Premier League a la Orejona confirma la
tradición aislacionista de los británicos. Los inventores del futbol no fueron
a un Mundial hasta 1950, veinte años después del primero, y tampoco jugaron la
primer Copa de Europa que se organizó. Como no tienen ganas de compartir sus
cosas con sus compañeros continentales, los británicos siguen jugando con
libras esterlinas en vez de euros. Inglaterra sufre de agorafobia. De visita,
los clubes ingleses colocan sus relojes en cuenta regresiva para regresar lo
más pronto posible a casa.
II
Tengo la impresión de que Paris Saint-Germain es un equipo
que siempre juega por debajo de sus posibilidades. En una liga desarrolladora
de nuevos talentos, las consagradas estrellas parisinas se comportan como
artistas bohemios en permanente conversación de café, esperando el momento
propicio para la inspiración. Semejante indolencia ha ocasionado que los dos
Olympiques, uno de ellos un cuadro repleto de jóvenes africanos y asiáticos de
nacionalidad francesa, el otro un grupo de futbolistas inestables comandados
por un "Loco", incomoden la supremacía artística de la Ciudad Luz.
Nadando de muertito, los parisinos llegarán al otro lado de la piscina gala con
posibilidades de ganar el oro. Pero en Champions League este equipo es capaz de
honrar las hazañas olímpicas de Camille Muffat, recientemente fallecida por un
accidente en helicóptero.
Ante los charcos que colocó el Chelsea en defensa, con un
José Mourinho que le gusta jugar en el lodo, el PSG apeló a la dotada técnica de
sus hombres de ataque para caminar por el barrizal sin muchas manchas. El
equipo francés intenta crear su propia vanguardia europea con creatividad
sudamericana. Pastore y Lavezzi se vuelven argentinos más conocidos que Julio
Cortázar en París, mientras Cavani sigue desaprovechado en una banda en una decisión
táctica que no se puede descifrar ni con psicoanálisis lacaniano (algunos
dirían que Zlatan Ibrahimovic es el centro delantero, pero también se puede
jugar con dos puntas). Pero la verdadera
fortaleza de este club son los zagueros brasileños. Más impenetrables que el Amazonas, aunque a
veces se distraigan con pretextos de carnaval (la mano de Thiago Silva en el
penal del Chelsea o los arranques líricos de David Luiz en la salida con balón
controlado), sus goles aéreos emulan a Alberto Santos Dumont, pionero de la
aviación brasileña y mundial. Brasil, el cerrajero que abría muchas puertas,
ahora se especializa en colocar candados.
III
José Mourinho, el hombre bueno al que los árbitros le hacen
mal de ojo, el aspirante a científico curioso por los porqués de las cosas,
puede convertir un expulsado de su equipo en una conspiración judeo-masónica. El portugués explica las derrotas con los
arrebatos pasionales de una adolescente: no nos dejan vencer porque nos tienen
envidia, nos derrotaron porque no nos soportan, ellos son los malos y nosotros
somos los buenos. Aunque entiendo la teatralidad melodramática del entrenador
de Chelsea, no deja de ser irónico que el guión suela escribirse al revés. El
drama se convierte en comedia.
Hoy el Chelsea tuvo un hombre más en el campo por una
expulsión injusta de Zlatan Ibrahimovic y Mourinho, administrador de recursos con desventajas e
imponderables, no supo administrar la repentina riqueza que se le presentó y la
derrochó tirándose atrás. Con ventaja numérica de piezas, el portugués se
empeñó en llegar a las tablas en vez de ganar la partida de ajedrez. Previsor,
el Chelsea cerró puertas y ventanas, pero los ladrones se metieron por la
azotea y la seguridad colapsó. El estratega lusitano sacó el paraguas a la
calle cuando el día era soleado y fresco, y al final se picó los ojos con la
punta de la sombrilla. José Mourinho desaprovechó una gran oportunidad de ganar
otra Champions. Decidió no hacer las tareas, pero se olvidó que al perro que se
las come le pusieron un bozal.
IV
Los árbitros que están en los costados de las porterías son
espectadores de primera fila de los partidos europeos. Son como el apéndice, no
saben para qué sirven pero allí están. Pero como los diputados mexicanos,
molestan mucho cuando hacen nada. Como las jugadas polémicas donde la pelota
rebasa la línea de gol aparecen cada tanto, como las visitas del cometa Halley,
los réferis de banda son tan inútiles que uno piensa que son hologramas o
efectos de televisión, como las líneas amarillas de primero y diez en los
juegos de futbol americano. El pobre árbitro central no se da abasto con tantas
patadas y agresiones en la cancha, pero los nazarenos de las porterías, como
los estudiantes barco, esperan que el nerd del grupito escolar haga la chamba y
se coma la responsabilidad, mientras le den sus puntos para la calificación
final.
O los réferis de las porterías muestran mayor productividad,
o los desaparezcan. Para marcar los goles, ya tenemos los chips incrustados en
los balones o el ojo de halcón. La UEFA se parece cada vez a los sindicatos de
maestros del país, pagando nóminas de árbitros fantasma.
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